La excursión que hicimos el domingo 22 de febrero, consistió en recorrer el tramo del camino que va desde la confluencia del río Pancrudo con el Jiloca, hasta Báguena. Es decir transcurrió por una parte del itinerario senderista y turístico-cultural, que sigue los caminos recorridos por Don Rodrigo Díaz de Vivar, basándose para ello en el Cantar de mío Cid, cantar de gesta que relata las hazañas de este caballero castellano del siglo XI.
Esta ruta senderista discurre por ocho provincias que pertenecen a cuatro Comunidades Autónomas. En Aragón atraviesa las provincias de Zaragoza y Teruel.
Nuestra excursión, después de una parada en Calamocha, donde visitamos el puente romano de esta localidad y la llamada Fuente del Bosque, partió desde la ermita de la Virgen del Rosario, cercana al puente romano de Luco de Jiloca, junto a la desembocadura del Pancrudo en el lugar conocido como Entrambasaguas, km 23 del Camino del Cid.
El día era bastante frío y las nubes prometían una nieve que afortunadamente no llegó a caer. Admiramos el puente romano, lo fotografiamos desde todos los ángulos, estábamos contemplando dos mil años de historia.
Conforme fuimos avanzando por el camino, que discurre entre la vega agrícola y los sotos, paralelo al Jiloca, se fue levantando un viento frío que soplaba con fuerza y que se llevó las nubes dando paso a un sol que no calentaba, pues no en vano ésta es una zona donde se dan con frecuencia las temperaturas más bajas de España.
Dejamos a Luco de Jiloca a nuestra derecha, al otro lado del río, y poco a poco llegamos a Burbáguena y desde allí hasta Báguena, donde tras contemplar su interesante torre mudéjar, hicimos un alto para comer, eso sí, a buen cubierto pues el frío no aconsejaba comer al aire libre.
Por la tarde nos dirigimos hasta las ruinas del castillo de Anento, fortificación defensiva del siglo XIII-XIV,de origen musulmán, que sufrió duramente en la Guerra de los Dos Pedros (s. XIV). Desde allí bajamos, por un empinado sendero, hasta el fondo del barranco, en cuya cabecera se emplaza el “Aguallueve”, manantial que brota de la pared caliza, entre musgos y helechos, procedente de los acuíferos de la zona, dando lugar a toba calcárea. En lo alto, presidiendo el panorama, las ruinas de una torre celtibérica certifican que el lugar estuvo poblado desde hace bastante más de dos mil años.
Finalmente llegamos a Anento, pequeña y pintoresca población de la provincia de Zaragoza, con sus casas encaramadas en la ladera, al pie del castillo, pero lo que más nos admiró fue el magnífico retablo de su iglesia mudéjar, obra de estilo gótico internacional del s. XV.
Tras un recorrido por el pueblo regresamos a Zaragoza; el día fue frío y desapacible, pero la excursión muy interesante.